A las cinco de la tarde de un 21 de agosto de 1936, en las cercanías del cementerio de Barbate, junto a la Fuente del Viejo, los falangistas pusieron punto y final a la vida de quien fue el último alcalde pedáneo republicano de Barbate, Francisco Tato Anglada.
Un municipio que, pese a no ser su lugar de nacimiento, sintió y defendió como propio hasta el final de sus días.
Tras el golpe, Francisco Tato Anglada intentó escapar con su familia en una barca a Tánger, pero el patrón, que dudó en el último momento, regresó a Barbate. No puso resistencia a esta decisión y, como dice la historia, su credulidad con las personas fue su sentencia de muerte.
Antes, este farmacéutico, periodista crítico y político defensor e impulsor de proyectos sociales y de desarrollo para Barbate pasó por la cárcel de Jerez de la Frontera y, posteriormente, en su condición de miembro de la Sanidad Militar en la reserva, por el Castillo de Santa Catalina. De donde casi un mes después, los falangistas, haciendo uso de un telegrama del general Queipo de Llano (ante el que el padre de Tato Anglada interfirió para que no se aplicase ningún acto represivo a su hijo), lo sacaron para asesinarlo.
El desagravio a quien, en su condición de 4º Teniente de Alcalde de Vejer, fue nombrado en las elecciones del 36 alcalde pedáneo, fue más allá de su muerte, ya que no permitieron a su familia enterrarlo en ningún nicho ni le proporcionaron un ataúd. Tuvo que ser enterrado en el suelo del camposanto, donde permanece hoy día.
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